domingo, 11 de agosto de 2013

Materia engendradora



Balcones sinfonía
Nada hay más triste que un tendal sin ropa día tras día. Al principio, los vecinos creen que se ha ido de viaje y por eso no hay ropa colgada solo que si se prolonga esa ausencia de camisas, faldas, manteles, bragas, pijamas se enciende la alarma. ¿Dónde está? ¿Volverá? ¿No se habrá muerto, verdad? Así se corean las voces escaleras arriba, escalera abajo. 


Nada hay más alegre que un balcón lleno de ropa en el tendal. Las normativas de las ciudades contemporáneas no gustan que sus vecinos saquen los trapos al exterior y por eso se inventaron las coladurías, para tender la ropa en casa, que dice el refrán es costumbre sana y precavida. Las normas tienen muy poco que ver con la alegría de un tendal lleno.
La normativa busca homogeneizar sin aprender, qué ciegas son las personas de ley, que las ciudades son de su padre y de su madre, y después de ese código genético ya se irá viendo que ese lunar que tienes junto a tu boca, cielito lindo, es muy parecido al lunar de la vecina de Nápoles. Ciudades personas, aunque les fabriquen normativas. ¡Qué poco fotogénicas resultan!
¿Quién no ha fotografiado los balcones de la Alfama lisboeta de los que cuelgan esas bragas talla XXL? O los tendales de banderolas de plegaria que colorean el Tíbet de azafrán y cárdeno. Y quién aún más lejos, no se ha dejado la piel para retratar las favelas de Sao Paulo.
Palma tiene sus balcones sinfonía, no muy lejos de los centros que ahora se publicitan en revistas de esas que llaman de ´tendencia´. Sin ir más lejos, en el barrio de Santa Catalina.
Existe una serie de plantas bajas que revelan la sabiduría de una arquitectura sin pretensiones, funcional y medida, sin ornato. A su lado, el ejercicio de edificios que muestran un avance económico también resuelto con inteligencia y austeridad. En esa convivencia se fragua el crecimiento de las ciudades, no por amontonamiento sino por estar al lado el uno del otro, llevándose bien pese a ser de códigos diferentes. Hoy escasamente se toleran los hormigones con los acristalados.
Hay quien piensa que hay una gran sabiduría en esa arquitectura popular en la que en apenas pocos metros convive la familia entera, los abuelos, sus hijos, la familia política, los nietos. Berlanga retrató ese tránsito al desarrollo del franquismo en su película El pisito, que hoy, casi sesenta décadas después, es metáfora de que a menudo los caminos son de ida y vuelta.
Hay un balcón en San Magín que tiene la dignidad que solo la vida callada tiene. Es, sin embargo, un balcón sinfonía porque en sus tendales cuelga la alegría de la vida, esa ropa de colores, las sábanas, las telas grandes y para cubrirlas, esa cortina blanca que da luz y lima el calor de estos días de agosto, donde jazmines en el pelo y rosas en la cara, airosa caminaba la flor de la canela. Esos balcones invitan a echarse un bolero. Y no hay norma que baile. 

Lourdes Duran (Diario de Mallorca, agosto 2013) 

























http://www.elangelcaido.org/2010/201002/201002icadevall/201002icadevall.html

"… cierto día acudiendo a una cita, me detuve en un barrio humilde llamado Corea, ubicado en el mismísimo centro de Palma, en donde las mujeres habían tendido la ropa recién lavada justo delante de la casa a la vista y tacto del transeúnte. Estaba lloviendo. Esta visión me apasionó. Fui a comprar una cámara panorámica desechable y… clic, clic, clic. Estas fotos forman parte de la serie: "Mostrari" 2001.
Teresa Matas 


 




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